¿A dónde
voy?
Cuentan de Chesterton que era muy despistado. En una ocasión, viajando en tren,
el revisor le pidió el billete. Él empezó a buscarlo por todos los bolsillos y
no lo encontraba. Se iba poniendo cada vez más nervioso. Entonces el revisor le
dijo: "Tranquilo, no se inquiete, que no le haré pagar otro billete".
"No es pagar lo que me inquieta –repuso Chesterton– lo que me preocupa es
que he olvidado a dónde voy".
Anillo de compromiso
Un muchacho entró con paso firme en una joyería y pidió que le mostraran el
mejor anillo de compromiso que tuvieran. El joyero le enseñó uno. El muchacho
contempló el anillo y con una sonrisa lo aprobó. Preguntó luego el precio y se
dispuso a pagarlo. "¿Se va usted a casar pronto?", preguntó el dueño.
"No. Ni siquiera tengo novia", contestó. La sorpresa del joyero
divirtió al muchacho. "Es para mi madre. Cuando yo iba a nacer estuvo
sola. Alguien le aconsejó que me matara antes de que naciera, pues así se
evitaría problemas. Pero ella se negó y me dio el don de la vida. Y tuvo muchos
problemas, muchos. Fue padre y madre para mí, y fue amiga y hermana, y fue
maestra. Me hizo ser lo que soy. Ahora que puedo le compro este anillo de
compromiso. Ella nunca tuvo uno. Yo se lo doy como promesa de que si ella hizo
todo por mí, ahora yo haré todo por ella. Quizás después entregue yo otro
anillo de compromiso, pero será el segundo". El joyero no dijo nada.
Solamente ordenó a su cajera que le hiciera al muchacho el descuento aquel que
se hacía solo a clientes especiales.
Aprender a usar las manos
Un marinero y un pirata se encuentran en un bar, y empiezan a contarse sus
aventuras en los mares. El marinero nota que el pirata tiene una pierna de
palo, un gancho en la mano y un parche en el ojo. El marinero le pregunta
"¿Y cómo terminaste con esa pierna de palo?". El pirata le responde
"Estábamos en una tormenta y una ola me tiró al mar, caí entre un montón
de tiburones. Mientras mis amigos me agarraban para subirme un tiburón me
arrancó la pierna de un mordisco". "!Guau! -replicó el marinero- ¿Y
qué te pasó en la mano, por qué tienes ese gancho?". "Bien...
-respondió el pirata-; estábamos abordando un barco enemigo, y mientras
luchábamos con los otros marineros y las espadas, un enemigo me cortó la mano".
"¡Increíble! -dijo el marinero- ¿Y qué te paso en el ojo?". "Una
paloma que iba pasando y me cayó excremento en el ojo". "¿Perdiste el
ojo por un excremento de paloma?", replicó el marinero incrédulamente.
"Bueno... -dijo el pirata- ... era mi primer día con el gancho".
Arreglar al hombre
Un científico, que vivía preocupado con los problemas del mundo, estaba
resuelto a encontrar los medios para aminorarlos. Pasaba días en su laboratorio
en busca de respuestas para sus dudas. Cierto día, su hijo de siete años invadió
su santuario decidido a ayudarlo a trabajar. El científico, nervioso por la
interrupción, le pidió al niño que fuese a jugar a otro lugar. Viendo que era
imposible que se fuera, pensó en algo que pudiese darle para distraer su
atención. Vio una revista en donde venía el mapa del mundo, ¡justo lo que
precisaba! Con unas tijeras recortó el mapa en varios pedazos y junto con un
rollo de cinta se lo entregó a su hijo diciendo: "Como te gustan los
rompecabezas, te voy a dar el mundo todo roto, para que lo repares sin ayuda de
nadie". Calculó que al pequeño le llevaría días componer el mapa, pero no
fue así. Pasados unos minutos, escuchó la voz del niño: "Papá, papá, ya lo
he acabado". Al principio no dio crédito a las palabras del niño. Pensó
que sería imposible que, a su edad, hubiera conseguido recomponer un mapa que
jamás había visto antes. Desconfiado, el científico levantó la vista de sus
anotaciones con la certeza de que vería el trabajo propio de un niño. Para su
sorpresa, el mapa estaba completo. Todos los pedazos habían sido colocados en
sus debidos lugares. ¿Cómo era posible? ¿Cómo el niño había sido capaz? Le
dijo: "Hijo mío, tú no sabías cómo era el mundo, ¿cómo lograste
recomponerlo?". "Papá, yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando
sacaste el mapa de la revista para recortarlo, vi que del otro lado estaba la
figura de un hombre. Así que di vuelta a los recortes y comencé a recomponer al
hombre, que sí sabía como era. Cuando conseguí arreglar al hombre, di vuelta la
hoja y vi que había arreglado al mundo."
Ayuda desinteresada
Casi no la había visto. Era una señora anciana con el coche parado en el
camino. El día estaba frió, lluvioso y gris. Alberto se pudo dar cuenta que la
anciana necesitaba ayuda. Estacionó su coche delante del de la anciana. Aún
estaba tosiendo cuando se le acercó. Aunque con una sonrisa nerviosa en el
rostro, se dio cuenta de que la anciana estaba preocupada. Nadie se había
detenido desde hacía más de una hora, cuando se detuvo en aquella transitada
carretera. Realmente, para la anciana, ese hombre que se aproximaba no tenía
muy buen aspecto, podría tratarse de un delincuente. Más no había nada por
hacer, estaba a su merced. Se veía pobre y hambriento. Alberto pudo percibir
cómo se sentía. Su rostro reflejaba cierto temor. Así que se adelantó a tomar
la iniciativa en el diálogo: "Aquí vengo para ayudarla, señora. Entre a su
vehículo que estará protegida de la lluvia. Mi nombre es Alberto". Gracias
a Dios solo se trataba de un neumático pinchado, pero para la anciana se trataba
de una situación difícil. Alberto se metió bajo el coche buscando un lugar
donde poner el gato y en la maniobra se lastimó varias veces los nudillos.
Estaba apretando las últimas tuercas, cuando la señora bajó la ventana y
comenzó a hablar con él. Le contó de donde venía; que tan sólo estaba de paso
por allí, y que no sabía cómo agradecerle. Alberto sonreía mientras cerraba el
coche guardando las herramientas. Le preguntó cuanto le debía, pues cualquier
suma sería correcta dadas las circunstancias, pues pensaba las cosas terribles
que le hubiese pasado de no haber contado con la gentileza de Alberto. Él no
había pensado en dinero. Esto no se trataba de ningún trabajo para él. Ayudar a
alguien en necesidad era la mejor forma de pagar por las veces que a él, a su
vez, lo habían ayudado cuando se encontraba en situaciones similares. Alberto
estaba acostumbrado a vivir así. Le dijo a la anciana que si quería pagarle, la
mejor forma de hacerlo sería que la próxima vez que viera a alguien en
necesidad, y estuviera a su alcance el poder asistirla, lo hiciera de manera
desinteresada, y que entonces... - "tan solo piense en mí"-, agregó
despidiéndose. Alberto esperó hasta que al auto se fuera. Había sido un día
frió, gris y depresivo, pero se sintió bien en terminarlo de esa forma, estas
eran las cosas que más satisfacción le traían. Entró en su coche y se fue. Unos
kilómetros más adelante la señora divisó una pequeña cafetería. Pensó que sería
muy bueno quitarse el frió con una taza de café caliente antes de continuar el
último tramo de su viaje. Se trataba de un pequeño lugar un poco desvencijado.
Por fuera había dos bombas viejas de gasolina que no se habían usado por años.
Al entrar se fijó en la escena del interior. La caja registradora se parecía a
aquellas de cuerda que había usado en su juventud. Una cortés camarera se le
acercó y le extendió una toalla de papel para que se secara el cabello, mojado
por la lluvia. Tenía un rostro agradable con una hermosa sonrisa. Aquel tipo de
sonrisa que no se borra aunque estuviera muchas horas de pie. La anciana notó
que la camarera estaría de ocho meses de dulce espera. Y sin embargo esto no le
hacia cambiar su simpática actitud. Pensó en como gente que tiene tan poco
pueda ser tan generosa con los extraños. Entonces se acordó de Alberto...
Después de terminar su café caliente y su comida, le alcanzó a la camarera el
precio de la cuenta con un billete de cien dólares. Cuando la muchacha regresó
con el cambio constató que la señora se había ido. Pretendió alcanzarla. Al correr
hacia la puerta vio en la mesa algo escrito en una servilleta de papel al lado
de 4 billetes de $100. Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando leyó la nota:
"No me debes nada, yo estuve una vez donde tú estás. Alguien me ayudo como
hoy te estoy ayudando a ti. Si quieres pagarme, esto es lo que puedes hacer: No
dejes de ayudar a otros como hoy lo hago contigo. Continúa dando tu alegría y
tu sonrisa y no permitas que esta cadena se rompa. Aunque había mesas que
limpiar y azucareras que llenar, aquél día se le pasó volando. Esa noche, ya en
su casa, mientras la camarera entraba sigilosamente en su cama, para no
despertar a su agotado esposo que debía levantarse muy temprano, pensó en lo
que la anciana había hecho con ella. ¿Cómo sabría ella las necesidades que
tenían con su esposo, los problemas económicos que estaban pasando, máxime
ahora con la llegada del bebé. Era consciente de cuan preocupado estaba su
esposo por todo esto. Acercándose suavemente hacia él, para no despertarlo,
mientras lo besaba tiernamente, le susurró al oído: "Todo va a salir bien,
Alberto".
muy buenas me aparecido de muy buen parecer estas anecdotas bendiciones Dios los bendiga cristo viene pronto busquenle el les ama
ResponderEliminarGracias señor Luis Vergara. Cómpartamos todos nuestros más preciados tesoros y creceremos como seres humanos.
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