martes, 12 de junio de 2012

LITERATURA RENACENTISTA. OBRAS DE SHAKESPEARE. Alumnos de IV - Beata Imelda.

HAMLET - ESCENA DEL MONÓLOGO - ESCENA IV TERCER ACTO. Tomado de: http://es.wikisource.org/wiki/Hamlet:_Tercer_Acto#Escena_IV

Hamlet
Ser o no ser, ésa es la pregunta. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar. Sí, y ved aquí el grande obstáculo, porque el considerar que sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón harto poderosa para detenernos. Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito de los hombres más indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios? Cuando el que esto sufre, pudiera procurar su quietud con sólo un puñal. ¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una vida molesta si no fuese que el temor de que existe alguna cosa más allá de la Muerte (aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante torna) nos embaraza en dudas y nos hace sufrir los males que nos cercan; antes que ir a buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento? Esta previsión nos hace a todos cobardes, así la natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia, las empresas de mayor importancia por esta sola consideración mudan camino, no se ejecutan y se reducen a designios vanos. Pero... ¡la hermosa Ofelia! Graciosa niña, espero que mis defectos no serán olvidados en tus oraciones.

ROMEO Y JULIETA - ESCENA DEL BALCÓN. Tomado de: http://blog.educastur.es/poesia/2007/12/10/162/

Bajo el balcón de Julieta. (Romeo entra sin ser visto en el palacio de los Capuleto. Julieta aparece en una ventana)

Romeo:- ¡Silencio! ¿Qué resplandor se abre paso a través de aquella ventana? ¡Es el Oriente, y Julieta, el sol! ¡Surge, esplendente sol, y mata a la envidiosa luna, lánguida y pálida de sentimiento porque tú, su doncella, la has aventajado en hermosura! ¡No la sirvas, que es envidiosa! Su tocado de vestal es enfermizo y amarillento, y no son sino bufones los que lo usan, ¡Deséchalo! ¡Es mi vida, es mi amor el que aparece!… Habla… más nada se escucha; pero, ¿qué importa? ¡Hablan sus ojos; les responderé!…Soy demasiado atrevido. No es a mi a quien habla. Do de las más resplandecientes estrellas de todo el cielo, teniendo algún quehacer ruegan a sus ojos que brillen en sus esferas hasta su retorno. ¿Y si los ojos de ella estuvieran en el firmamento y las estrellas en su rostro? ¡El fulgor de sus mejillas avergonzaría a esos astros, como la luz del día a la de una lámpara! ¡Sus ojos lanzarían desde la bóveda celestial unos rayos tan claros a través de la región etérea, que cantarían las aves creyendo llegada la aurora!… ¡Mirad cómo apoya en su mano la mejilla! ¡Oh! ¡Mirad cómo apoya en su mano la mejilla! ¡Oh! ¡Quién fuera guante de esa mano para poder tocar esa mejilla!

Julieta:- ¡Ay de mí!

Romeo:- Habla. ¡Oh! ¡Habla otra vez ángel resplandeciente!… Porque esta noche apareces tan esplendorosa sobre mi cabeza como un alado mensajero celeste ante los ojos extáticos y maravillados de los mortales, que se inclinan hacia atrás para verle, cuando él cabalga sobre las tardas perezosas nubes y navega en el seno del aire.

Julieta:- ¡Oh Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Romeo? Niega a tu padre y rehusa tu nombre; o, si no quieres, júrame tan sólo que me amas, y dejaré yo de ser una Capuleto.

Romeo:- (Aparte) ¿Continuaré oyéndola, o le hablo ahora?

Julieta:- ¡Sólo tu nombre es mi enemigo! ¡Porque tú eres tú mismo, seas o no Montesco! ¿Qué es Montesco? No es ni mano, ni pie, ni brazo, ni rostro, ni parte alguna que pertenezca a un hombre. ¡Oh, sea otro nombre! ¿Qué hay en un nombre? ¡Lo que llamamos rosa exhalaría el mismo grato perfume con cualquiera otra denominación! De igual modo Romeo, aunque Romeo no se llamara, conservaría sin este título las raras perfecciones que atesora. ¡Romeo, rechaza tu nombre; y a cambio de ese nombre, que no forma parte de ti, tómame a mi toda entera!

Romeo:- Te tomo la palabra. Llámame sólo “amor mío” y seré nuevamente bautizado. ¡Desde ahora mismo dejaré de ser Romeo!

Julieta:- ¿Quién eres tú, que así, envuelto en la noche, sorprendes de tal modo mis secretos?

Romeo:- ¡No sé cómo expresarte con un nombre quien soy! Mi nombre, santa adorada, me es odioso, por ser para ti un enemigo. De tenerla escrita, rasgaría esa palabra.

Julieta:- Todavía no he escuchado cien palabras de esa lengua, y conozco ya el acento. ¿No eres tú Romeo y Motesco?

Romeo:- Ni uno ni otro, hermosa doncella, si los dos te desagradan.

Julieta:- Y dime, ¿cómo has llegado hasta aquí y para qué? Las tapias del jardín son altas y difíciles de escalar, y el sitio, de muerte, considerando quién eres, si alguno de mis parientes te descubriera.

Romero:- Con ligeras alas de amor franquee estos muros, pues no hay cerca de piedra capaz de atajar el amor; y lo que el amor puede hacer, aquello el amor se atreve a intentar. Por tanto, tus parientes no me importan.

Julieta:- ¡Te asesinarán si te encuentran!

Romero:- ¡Ay! ¡Más peligro hallo en tus ojos que en veinte espadas de ellos! Mírame tan sólo con agrado, y quedo a prueba de su enemistad.

Julieta:- ¡Por cuanto vale el mundo, no quisiera que te viesen aquí!

Romeo:- El manto de la noche me oculta a sus miradas; pero, si no me quieres, déjalos que me hallen aquí. ¡Es mejor que termine mi vida víctima de su odio, que se retrase mi muerte falto de tu amor.

Julieta:- ¿Quién fue tu guía para descubrir este sitio?

Romeo:- Amor, que fue el primero que me incitó a indagar; él me prestó consejo y yo le presté mis ojos. No soy piloto; sin embargo, aunque te hallaras tan lejos como la más extensa ribera que baña el más lejano mar, me aventuraría por mercancía semejante.

Julieta:- Tú sabes que el velo de la noche cubre mi rostro; si así lo fuera, un rubor virginal verías teñir mis mejillas por lo que me oíste pronunciar esta noche. Gustosa quisiera guardar las formas, gustosa negar cuanto he hablado; pero, ¡adiós cumplimientos! ¿Me amas? Sé que dirás: sí, yo te creeré bajo tu palabra. Con todo, si lo jurases, podría resultar falso, y de los perjurios de los amantes dicen que se ríe Júpiter. ¡Oh gentil Romeo! Si de veras me quieres, decláralo con sinceridad; o, si piensas que soy demasiado ligera, me pondré desdeñosa y esquiva, y tanto mayor será tu empeño en galantearme. En verdad, arrogante Montesco, soy demasiado apasionada, y por ello tal vez tildes de liviana mi conducta; pero, créeme, hidalgo, daré pruebas de ser más sincera que las que tienen más destreza en disimular. Yo hubiera sido más reservada, lo confieso, de no haber tú sorprendido, sin que yo me apercibiese, mi verdadera pasión amorosa. ¡Perdóname, por tanto, y no atribuyas a liviano amor esta flaqueza mía, que de tal modo ha descubierto la oscura noche!

Romeo:- Júrote, amada mía, por los rayos de la luna que platean la copa de los árboles…

Julieta:- No jures por la luna, que es su rápida movimiento cambia de aspecto cada mes. No vayas a imitar su inconstancia.

Romeo:- ¿Pues por quién juraré?

Julieta:- No hagas ningún juramento. Si acaso, jura por ti mismo, por tu persona que es el dios que adoro y en quien he de creer.

Romeo:- ¿Pues por quién juraré?

Julieta:- No jures. Aunque me llene de alegría el verte, no quiero esta noche oír tales promesas que parecen violentas y demasiado rápidas. Son como el rayo que se extingue, apenas aparece. Aléjate ahora: quizá cuando vuelvas haya llegado abrirse, animado por las brisas del estío, el capullo de esta flor. Adiós, ¡ojalá caliente tu pecho en tan dulce clama como el mío!

Romeo:- ¿Y no me das más consuelo que ése?

Julieta:- ¿Y qué otro puedo darte esta noche?

Romeo:- Tu fe por la mía.

Julieta:- Antes de la di que tú acertaras a pedírmela. Lo que siento es no poder dártela otra vez.

Romeo:- ¿Pues qué? ¿Otra vez quisieras quitármela?

Julieta:- Sí, para dártela otra vez, aunque esto fuera codicia de un bien que tengo ya. Pero mi afán de dártelo todo es tan profundo y tan sin límite como los abismos de la mar. ¡Cuando más te doy, más quisiera date!… Pero oigo ruido dentro. ¡Adiós no engañes mi esperanza… Ama, allá voy… Guárdame fidelidad, Montesco mío. Espera un instante, que vuelvo en seguida.

Romeo:- ¡Noche, deliciosa noche! Sólo temo que, por ser de noche, no pase todo esto de un delicioso sueño

Julieta:- (Asomada otra vez a la ventana) Sólo te diré dos palabras. Si el fin de tu amor es honrado, si quieres casarte, avisa mañana al mensajero que te enviaré, de cómo y cuando quieres celebrar la sagrada ceremonia. Yo te sacrificaré mi vida e iré en pos de ti por el mundo.

Ama:- (Llamando dentro) ¡Julieta!

Julieta:- Ya voy. Pero si son torcidas tus intenciones, suplícote que…

Ama:- ¡Julieta!

Julieta:- Ya corro… Suplícote que desistas de tu empeño, y me dejes a solas con mi dolor. Mañana irá el mensajero…

Romeo:- Por la gloria…

Julieta:- Buenas noches.

Romeo:- No. ¿Cómo han de ser buenas sin tus rayos? El amor va en busca del amor como el estudiante huyendo de sus libros, y el amor se aleja del amor como el niño que deja sus juegos para tornar al estudio.

Julieta:- (Otra vez a la ventana) ¡Romeo! ¡Romeo! ¡Oh, si yo tuviese la voz del cazador de cetrería, para llamar de lejos a los halcones¡ Si yo pudiera hablar a gritos, penetraría mi voz hasta en la gruta de la ninfa Eco, y llegaría a ensordecerla repitiendo el nombre de mi Romeo.

Romeo:- ¡Cuán grado suena el acento de mi amada en la apacible noche, protectora de los amantes! Más dulce es que la música en oído atento.

Julieta:- ¡Romeo!

Romeo:- ¡Alma mía!

Julieta:- ¿A qué hora irá mi criado mañana?

Romeo:- A las nueve.

Julieta:- No faltará. Las horas se me harán siglos hasta que llegue. No sé para qué te he llamado.

Romeo:- ¡Déjame quedar aquí hasta que lo pienses!

Julieta:- Con el contento de verte cerca me olvidaré eternamente de lo que pensaba, recordando tu dulce compañía.

Romeo:- Para que siga tu olvido no he de irme.

Julieta:- Ya es de día. Vete… Pero no quisiera que te alejaras más que el breve trecho que consiente alejarse al pajarillo la niña que le tiene sujeto de una cuerda de seda, y que a veces le suelta de la mano, y luego le coge ansiosa, y le vuelve a soltar…

Romeo:- ¡Ojalá fuera yo ese pajarillo!

Julieta:- ¿Y qué quisiera yo sino que lo fueras? Aunque recelo que mis caricias habían de matarte. ¡Adiós, adiós! Triste es la ausencia y tan dulce la despedida, que no sé cómo arrancarme de los hierros de esta ventana.

Romeo:- ¡Qué el sueño descanse en tus dulces ojos y la paz en tu alma! ¡Ojalá fuera yo el sueño, ojalá fuera yo la paz en que se duerme tu belleza! De aquí voy a la celda donde mora mi piadoso confesor, para pedirle ayuda y consejo en este trance.

MACBETH - ESCENA I - CUARTO ACTO. Tomado de: http://es.wikisource.org/wiki/Macbeth:_Acto_IV 

ESCENA PRIMERA
El antro de las brujas. En media de una caldera hirviendo. Noche de tempestad
BRUJAS, HÉCATE, MACBETH, VARIAS BRUJAS Y LÉNNOX
BRUJA 1.ª. - Tres veces ha mayado el gato.
BRUJA 2.ª. - Tres veces se ha lamentado el erizo.
BRUJA 3.ª. - La arpia ha dado la señal de comentar el encanto.
BRUJA 1.ª. - Demos vueltas alrededor de la caldera, y echemos en ella las hediondas entrañas del sapo que dormía en las frías piedras y que por espacio de un mes ha estado destilando su veneno.
Todas las brujas. - Aumente el trabajo: crezca la labor: hierva la caldera.
BRUJA 3.ª. - Lancemos en ella la piel de la víbora, la lana del murciélago amigo de las tinieblas, la lengua del perro, el dardo del escorpión, ojos de lagarto, músculos de rana, alas de lechuza... Hierva todo esto, obedeciendo al infernal conjuro.
Brujas. - Aumente el trabajo: crezca la labor: hierva la caldera.
BRUJA 3.ª. - Entren en ella colmillos de lobo, escamas de serpiente, la abrasada garganta del tiburón, el brazo de un sacrílego judío, la nariz de un turco, los labios de un tártaro, el hígado de un macho cabrío, la raíz de la cicuta, las hojas del abeto iluminadas por el tibio resplandor de la luna, el dedo de un niño arrojado por su infanticida madre al pozo... Unamos a todo esto las entrañas de un tigre salvaje.
Todas las brujas. - Aumente el trabajo: crezca la labor: hierva la caldera.
BRUJA 2.ª. - Para aumentar la fuerza del hechizo, humedecedlo todo con sangre de mono.
HÉCATE. - Alabanza merece vuestro trabajo; y yo le remuneraré. Danzad en torno de la caldera, para que quede consumado el encanto.
BRUJA 2.ª. - Ya me pican los dedos: indicio de que el traidor Macbeth se aproxima. Abríos ante él, puertas.
MACBETH. - Misteriosas y astutas bechiceras, ¿en qué os ocupáis?
Las brujas. - En un maravilloso conjuro.
MACBETH. - En nombre de vuestra ciencia os conjuro. Aunque la tempestad se desate contra los templos, y rompa el mar sus barreras para inundar la tierra, y el huracán arranque de cuajo las espigas, y derribe alcázares y torres; aunque el mundo todo perezca y se confunda, responded a mis interrogaciones.
BRUJA 1.ª. - Habla.
BRUJA 2.ª. - Pregúntanos.
BRUJA 3.ª. - A todo te responderemos.
BRUJA 1.ª. - ¿Quieres que hablemos nosotras o que contesten los genios, señores nuestros?
MACBETH. - Invocad a los genios, para que yo los vea.
BRUJA 1.ª. - Verted la sangre del cerdo: avivad la llama con grasa resudada del patíbulo.
Las brujas. - Acudid a mi voz, genios buenos y malos. Haced ostentación de vuestro arte.
(En medio de la tempestad, aparece una sombra, armada, con casco)
MACBETH. - Respóndeme, misterioso genio.
BRUJA 1.ª. - Él adivinará tu pensamiento. Óyele y no le hables.
LA SOMBRA. - Recela tú de Macduff, recela de Macduff. Adiós... Dejadme.
MACBETH. - No sé quién eres, pero seguiré tu consejo, porque has sabido herir la cuerda de mi temor. Oye otra pregunta.
BRUJA 2.ª. - No te responderá, pero ahora viene otra sombra.
(Aparece la sombra de un niño cubierto de sangre)
LA SOMBRA. - Macbeth, Macbeth, Macbeth.
MACBETH. - Aplico tres oídos para escucharte.
LA SOMBRA. - Si eres cruel, implacable y sin entrañas, ninguno de los humanos podrá vencerte.
MACBETH. - Entonces ¿por qué he de temer a Macduff?... Puede vivir seguro... Pero no... es más seguro que perezca, para tener esta nueva prenda contra el hado... No le dejaré vivir; desmentiré así a los espectros que finge el miedo, y me dormiré al arrullo de los truenos.
(La sombra de un niño, con corona y una rama de árbol en la mano)
¿Quién es ese niño que se ciñe altanero la corona real?
Brujas. - Óyele en silencio.
LA SOMBRA. - Sé fuerte como el león; no desmaye un punto tu audacia; no cedas ante los enemigos. Serás invencible, hasta que venga contra ti la selva de Birnam, y cubra con sus ramas a Dunsmania.
MACBETH. - ¡Eso es imposible! ¿Quién puede mover de su lugar los árboles y ponerlos en camino? Favorables son los presagios. ¡Sedición, no alces la cabeza, hasta que la selva de Birnam se mueva! Ya estoy libre de todo peligro que no sea el de pagar en su día la deuda que todos tenemos con la muerte. Pero decidme, si es que vuestro saber penetra tanto: ¿reinarán los hijos de Banquo?
Las brujas. - Nunca podrás averiguarlo.
MACBETH. - Decídmelo. Os conjuro de nuevo y os maldeciré, si no me lo reveláis. Pero ¿por qué cae en tierra la caldera?... ¿Qué ruido siento?
Las brujas. - Mira. ¡Sombras, pasad rápidas, atormentando su corazón y sus oídos!
(Pasan ocho reyes, el último de ellos con un espejo en la mano. Después la sombra de Banquo)
MACBETH. - ¡Cómo te asemejas a Banquo!... Apártate de mí... Tu corona quema mis ojos... Y todos pasáis coronados... ¿Por qué tal espectáculo, malditas viejas?... También el tercero... Y el cuarto... ¡Saltad de vuestras órbitas, ojos míos!... ¿Cuándo, cuándo dejaréis de pasar?... Aún viene otro... el séptimo... ¿Por qué no me vuelvo ciego?... Y luego el octavo... Y trae un espejo, en que me muestra otros tantos reyes, y algunos con doble corona y triple cetro... Espantosa visión... Ahora lo entiendo todo... Banquo, pálido por la reciente herida, me dice sonriéndose que son de su raza esos monarcas... Decidme, ¿es verdad lo que miro?
Las brujas. - Verdad es, pero ¿a qué tu espanto?... Venid, alegraos, ya se pierde en los aires el canto del conjuro; gozad en misteriosa danza; hagamos al Rey el debido homenaje.
(Danzan y desaparecen)





EL MERCADER DE VENECIA - ACTO IV - ESCENA I. Tomado de:
http://uap.uaz.edu.mx/index/noticias_eventos/noticias/PROGRAMA_VALORES/LIBROS%20PDF/TOLERANCIA/el_mercader_de_venecia.pdf

Desde la página 50
(ENTRA PORCIA CON SU TRAJE DE DOCTOR DE LEYES)
Hasta la página 53
DETENTE UN INSTANTE, HAY TODAVÍA OTRA COSA (...) SERÁN CONFISCADOS EN BENEFICIO DEL ESTADO DE VENECIA.


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