Mal recuerdo
La
vida en ese lugar transcurrió para nosotros como una miserable rutina en la que
la soledad y la enajenación eran las mejores opciones. La juventud se
desvaneció sin que nada importante hubiera marcado nuestras vidas. ¡Deberías estar orgullosa de ser cubana,
gracias a eso eres la profesional que eres; en otro país no lo habrías sido!
La rutina consistía en salir cada día a trabajar a las cinco de la mañana y
regresar a las siete de la noche. Por esos tiempos aún no me había casado, no tenía hijos, tenía un novio que estudiaba diseño... y me sentía importante porque
estudiaba diseño. Mi carrera cada vez me parecía más inservible e inútil. Cada
tarde regresaba a casa rumiando mi desesperanza ante la posibilidad de nuevos
cambios. Otro país no te hubiera
permitido desarrollarte...
El
límite llegó en una tarde en la que salimos a buscar alimentos con mucho dinero
en nuestros bolsillos y mucha tristeza en nuestras almas. Caminamos durante
horas y no encontramos ningún lugar que tuviera productos comestibles que se
pudieran adquirir… ni siquiera gato[1] o
frazada[2]
refrita[3]… Tiempo
atrás había ganado mi “Carnet de la Juventud” y recuerdo la sensación de ese
día: fue gloriosa y me sentía feliz... llegué a casa luego de la búsqueda
infructuosa de alimentos y, al llegar a mi habitación, me senté en mi cama y
registré mi mesita de noche… sin ningún objetivo… y allí, en el fondo del cajón,
estaba el carnet. Me miraba rojo, desafiante. Los tres rostros, de perfil, me cuestionaban
mis pensamientos… El Ché, Camilo y Mella me suplicaban que no los hiciera
realidad. Dos lagrimones resbalaron por mi rostro y me sentí tonta, no estaba
triste… tenía hambre. En un arranque, fui a la cocina, y ya con una sensación
de trastorno total, incineré mi pasado. Los tres rostros fueron tornándose
negros, fueron desapareciendo. No dejé de llorar, ahora sí lloraba por los
momentos perdidos, por mi juventud trunca… porque tenía hambre.
Luego
de eso y por un tiempo me fui a otro rubro. Pensé que la vida, ahora, sí me
sonreía. Había estudiado muchas horas, había obtenido mi título universitario;
sin embargo estaba haciendo la cama de otra persona, limpiando su habitación,
luego el pasillo, otra habitación, otro pasillo, otro baño… la misma rutina,
sintiendo que, cada día, perdía un poco más de mi humanidad. Todos los trabajos
son dignos, pero a mí me llamaban mis discípulos. No te
quejes, agradece lo que tienes. El alma se me consumía con tales
frivolidades. Fui tildada de loca, histérica y malagradecida, cuando regresé a
mi habitual sistema, cuando volví a clases, cuando volví a entregarme a mi
profesión. Sí… estaba un poco loca, siempre he estado un poco loca, pero
siempre he sido una loca feliz, así que tenía hambre, aún, pero mi alma estaba
menos insatisfecha. Recuerdo uno de los maestros más grandes e inteligentes que
he conocido, y que hoy ya no está, siempre me decía: “… eres loca, pero
prefiero frenar locos que empujar tontos”. Se me quedó grabada esa frase y
desde entonces disfruto mi permanente estado de ánimo.
Cuando
hago un recuento de esa etapa que me tocó vivir, creo que una semana sin alimentos
consistentes no es nada, unos rostros que se consumen bajo las llamas no son
nada, una señora, que no sabe nada, que no vivió nada, que no significa nada, y
que critica mis opiniones y el estar en este país… no es nada. Y estos
pensamientos… tampoco son nada, solo un poco de mal, un poco de bien y un… mal
recuerdo que se tornó el cimiento que fortalece la convicción de mi presente
bonanza.
Liadys
Valles Llebréz
Octubre,
2014
[1] Se
rumoraba que, en Cuba, durante una época de dura hambruna, algunos
inescrupulosos cazaban los gatos y lo vendían como pollo.
[2]
Durante esta misma época en Cuba, personas inescrupulosas preparaban productos
elaborados con tejidos, estos simulaban al filete, lo adobaban y lo vendían
como carne.
[3]
Frase cubana: muy frita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario